«La tripulación, que creía que lo peor ya había pasado, tuvo que oír a Shackleton, quien como Worsley anotó, contaba lo de aquel ratón que, envalentonado por el ron, preguntaba temerario: y bien, ¿dónde está ese condenado gato?».
Siguiendo con mi propósito de liberar de libros mi mesa de noche, entre ayer y hoy terminé la breve biografía de Ernest Henry Shackleton. Hasta hace algunos años nunca había oído hablar de él, y eso que fue uno de los competidores para conquistar el Polo Sur en la primera década del siglo XX. Pero después de que Admusen y Scott llegasen a ese Polo en 1912, Shackleton se dedicó a tratar de hacer algo distinto, dentro de ese ámbito de la Antártida.
Dentro de los datos inútiles que tengo en la cabeza, la Antártida ocupa un lugar especial: es el lugar más seco de la tierra, porque no llueve ni nieva nunca (cae una especie de hielo -sin llegar a ser granizo-), y precisamente por ser tan frío, la humedad relativa es prácticamente 0%, convirtiéndose en el lugar más seco de la tierra. Es el continente con el promedio de altitud más alto de todos, porque la capa de hielo que cubre ese continente puede llegar a tener unos 4 km de espesor; de hecho, la altitud exactamente sobre el Polo Sur ronda los 2.2 km. Es de lo más inhóspito.
En fin, que a Shackleton se le ocurrió explorar la Antártida, atravesando a pie todo el continente, pasando por el Polo Sur. «Sólo» tenían que caminar -ayudados por perros- 2,800 km, a un promedio de altitud de 2,000 metros, con un frío fuera de serie, y cargando buena parte de las provisiones.
Publicó en Inglaterra un anuncio en un periódico de Inglaterra que más o menos decía así: «Se buscan hombres para un viaje peligros por mar. Sueldo bajo. Frío intenso. No se asegura retorno con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito». Me imagino que habrás pensado que no se apuntaría mucha gente… pues, respondieron 5,000 personas, de las cuales Shackleton contrató a 26 de diferentes profesiones (más un polizón que se apuntó por su cuenta). Fue la que se conoce en la historia como la «Expedición Endurance» que así se llamaba el barco principal.
Decir que les fue mal en ese viaje haría que pareciera broma el asunto. Partieron de Inglaterra en agosto de 1914. Por supuesto que resumiré. Quedaron atrapados en el hielo en diciembre; en octubre de 1915 el barco se hundió. Su plan de salida era recorrer 500 km a través del hielo. Dejaron todo lo superfluo (a excepción de la cámara y los rollos, por lo que hay fotografía de todo; también conservaron un instrumento musical). Fue en este momento cuando se dice que Shackleton dijo la frase con la que comienza este post.
Ese camino, con todas las penalidades habidas y por haber culminó en abril de 1916, llegando a tierra firme en la Antártida, en la isla Elefante. Como no era lugar posible para rescate por parte de nadie, decidió Shackleton lanzarse a una travesía de 1,500 km en uno de los botes (de sólo 7 metros de eslora), recorriendo las aguas más turbulentas de cualquier océano. Llegaron a la parte opuesta de la zona habitada de la isla de Georgia del Sur. Atravesaron la isla (el siguiente que atravesó esa isla fue 40 años después), recorriendo a pie 35 km en 36 horas.
Después de más peripecias, Shackleton fue a recoger a quienes había dejado en la isla Elefante. Rescató a los náufragos en agosto de 1916.
Todos sobrevivieron.
Shackleton ha pasado a la historia por esta aventura aquí esbozada. Impresionante. Había podido seleccionar muy bien a todos los que participaron en esta aventura.
Unos años después, falleció mientras se encaminaba a otra aventura. Eso sí, rodeado de muchos de los sobrevivientes, que confiaban ciegamente en él.
Hay varias películas de TV al respecto. No he visto ninguna. Y muchas fotos en la red.