Todos los sábados, al inicio de la tarde, en El Salvador, hace muchos años, pasaban películas de la época de oro del cine mexicano. Entre las películas que pasaban, mis preferidas eran las de Pedro Infante, y por lo tanto me vi bastantes de estas películas.
Y como es conocido -eso espero- Pedro Infante, además de actor era cantante (realmente al revés). Y una de las canciones (que todavía sigo escuchando con alguna frecuencia) es la que le da el nombre a este post. «Ando volando bajo»….
Hoy, gracias a mi amigo y alumno Gustavo Delgadillo, por más señas, abogado y piloto, y pronto, Master en Dirección de Empresas, pude estar por primera vez en un simulador de vuelo. Creo que sólo había visto uno en una película europea hace unos años.
Viajamos a Toluca desde la Ciudad de México, de madrugada pues teníamos cita a las 7 de la mañana en las instalaciones de Interjet, la línea aérea dueña del simulador de un Airbus 320. Durante el viaje de ida tuvimos una plática muy agradable con Gustavo, y me empezó a comentar cosas que, a pesar de ser viajero frecuente, no llegas a conocer. Llegamos muy puntuales y luego de pasar una revisión exhaustiva (tanto al ingreso como al egreso), llegamos al simulador de vuelo…
Esta foto (que está mal tomada, porque la tomé yo) es del simulador. Allí nos esperaba Ramón, quien sería quien manejaría el simulador. Antes pasamos por una salita de juntas previa a la entrada al simulador. Allí, Gustavo tuvo a bien explicarme rápidamente los instrumentos que usaríamos en un rato.
Creo que Gustavo aprovechó para vengarse de mis clases de finanzas, pues había muchas cosas que no entendía y que a él le parecían tan obvias. De hecho, así me lo dijo…. En fin.
Luego vino la entrada al simulador, un aparato de gran calidad. Ramón me explicó la salida de emergencia por si hubiera un problema real en el simulador. Para llegar al simulador desde la planta alta hay un pasillo que luego se quita, pues el aparato está sobre unas columnas móviles que son con las que se logran los efectos (bueno, eso supongo, porque nos las vi en funcionamiento, sólo las sentí).
Decir que estoy impresionando es poco. Estoy más que impresionado. Alguna vez ya había estado en un cabina de mando, pero nunca me había sentado en un asiento. Menos había tocado algún instrumento. Y menos sabía para qué servían algunas cosas… Entre Gustavo y Ramón me fueron induciendo con mucha paciencia. Hasta para ponerme el cinturón de seguridad…
Decidimos despegar desde Acapulco. De repente, aparece el edificio terminal y las indicaciones del capitán a las sobrecargos y todos los procedimientos y cheks-in (se notó a la legua mi falta de inglés con esto, porque uno lee cada procedimiento y el otro responde). Introducir los datos (aprendí un poco) de largo plazo como le llaman, para el vuelo, que sería despegar de Acapulco, dar unas vueltas y aterrizar allí mismo.
Cerramos las puertas, pedimos armar los toboganes, y apareció el camión remolcador; desde allí, nos iban dando indicaciones. Y aquí empieza lo emocionante, porque en cuanto ves que se aleja el edificio, sientes que se mueve el avión (o al revés, no sabría decirlo). Nos deja en posición y salimos… empezamos a taxear el avión, y Fernando me dejó hacerlo un poco… creo que lo logré poner sobre la línea amarilla después de hacer unos 20 zigzag (aunque la verdad, me parece que Gustavo terminó de ponerlo en la cabecera de la pista). Para todo esto ya habíamos desconectado la corriente exterior, cerrado las compuertas de carga, revisado el combustible, el peso del avión, el recorrido que seguiríamos, encendido la turbina dos, encendido la turbina una, apagado el motor auxiliar, y un largo etcétera previo al vuelo…hasta dimos la bienvenida a los pasajeros.
(Ya no le conté a Gustavo, pero a lo largo de los años, he tenido dos pilotos que me han hecho reír. Uno me tocó en Mexicana, y luego lo volví a encontrar en Aeroméxico. Este decía «Favor armar toboganes», pero con el acento del Gallo Claudio… divertidísimo. El otro también me tocó en las dos líneas aéreas… Este decía más o menos: «Buenos días…» y después daba la bienvenida y explicaba por dónde sería la ruta, y un largo aviso. Al terminar empezaba con un «Good morning» y volvía a repetir lo mismo en inglés. Hasta aquí nada anormal, quizá sólo que da un poco más de información de lo ordinario. Pero en cuanto terminaba en inglés empezaba a dar el mismo anuncio en francés…. y por último en italiano… Simpatiquísimo)
Y vino el despegue… guauaua… Se siente como si fueras en el avión… Dimos una vuelta por la zona hotelera de Acapulco y retornamos al aeropuerto. Gustavo me dijo que aterrizara el avión… y lo alineé (también en zigzag, pues le dabas a la derecha y se te pasaba, le corregías a la izquierda y se me volvía a pasar… y así hasta que lo logré más o menos poner encima de la pista) y … no aterricé…. no logré que bajara el avión, así que vuelta a subir…
Dimos otra vuelta, y Gustavo decidió aterrizarlo él. Pero no contábamos con que Ramón empezaría a hacer de las suyas… Cuando estábamos a punto de aterrizar nos dijo que había unos perros en la pista así que había que abortar el aterrizaje, y vuelta al aire. Simpatiquísimo…. Después de eso cometí el error de decirle a Ramón que el vuelo estaba muy tranquilo… y presionó un botón y empezó turbulencia ligera… que la verdad duró poco.
Así que otra vuelta. Y de repente, una alarma y llama la azafata diciendo «Capi, hay un pasajero que está moviendo la puerta». Así que se despresuriza el avión y tenemos que pedir pista de emergencia… Logramos aterrizar y llamar a la Policía Federal para que se llevara al pasajero capturado…
No hay que preocuparse, porque todo era simulación. De hecho, ese es el objetivo del simulador y la función especial de Ramón, que es poner «situaciones» para ver cómo reaccionan los pilotos, pues van al simulador a entrenarse.
Allí terminó Acapulco. Inmediatamente apareció en los vidrios la cabecera de la pista del AICM (Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México), de noche y lloviendo fuerte. Tuvimos que poner los limpioparabrisas para ver.
Vimos el radar y frente a nosotros se veía cómo estaba la tormenta. Gustavo consultó a la torre y preguntó si algún avión había despegado antes; la torre contestó que no, así que Gustavo, uniendo estas dos cosas, decidió que no despegaba (la verdad se veía fea la tormenta). Al rato (como medio minuto después…) la tormenta se movió un poco, así que pudimos despegar. Despegamos, dimos una vuelta por la Ciudad de México y volvimos. Ahora sí logré aterrizar el avión, aunque moviéndose un poco.
Al final vino lo más divertido. De repente cambia el escenario y aparecemos en la cabecera de la pista de La Aurora, el aeropuerto de Guatemala.
Me dice Gustavo que lo despegara yo. Le aceleré y traté de llevar el avión recto (cosa bastante difícil) y cuando ya casi llegábamos a la velocidad de despegue, suena una alarma y una voz, y Gustavo toma el mando y aborta el despegue… había fuego en un motor… (otra obra de Ramón). Se evacuaron a los pasajeros y todo se resolvió de acuerdo a los procedimientos y volvimos a enfilar, y ahora sí despegamos.
Íbamos a hacer un recorrido rápido, pero resultaba que Ramón nos comentó que nunca habían volado en Guatemala, y les llamó la atención la orografía tan exótica de Guate. Así que les fui explicando qué era cada cosa que se veía. Dimos la vuelta al sur (allí llevaba yo el avión piloteándolo) y aparecieron tres volcanes cercanos a Guate (Agua, Acatenango y Fuego). Lamentalemente el Pacaya no se veía como es, pero algo aparecía con lava. Estas fotos son de ese momento, cuando dábamos la vuelta hacia el sur y veíamos los volcanes. (Tengo que reconocer que hicimos un poco de trampa para la foto, porque Ramón le puso pausa al vuelo para que salieran mejor… ventaja del simulador).
Les enseñé el lago de Amatitlán, y les pregunté si querían conocer el lago de Atitlán. Me dijo Gustavo: «llévanos, tú llevas el avión». Así que más o menos orienté el avión hacia donde yo sabía que estaba ese lago y le subí la velocidad al avión porque íbamos muy despacio (íbamos a 200 nudos, es decir, 200 millas naúticas; si mal no me equivoco, cada nudo equivale a 1.8 kilómetros por hora, un poco más que la milla normal).
En el instante en que Gustavo me preguntaba, ¿dónde está tu lago?, éste apareció como por ensalmo a nuestro frente. No le llegué desde el ángulo que queríamos, así que hice un mi giro para que lo vieran bien. Se distinguía bastante bien…
Aquí recibí mi primera «felicitación» pues me dijo Gustavo que había hecho el giro como si fuera avión de combate, así que quizá todos mis pasajeros estarían en este momento, por lo menos, mareados.
Se veía muy bien también la costa sur de Guatemala, y hasta la costa del Pacífico.
Pedí permiso a la torre (llevaba a la torre de control detrás mío) si podíamos pasar por encima de los volcanes de Acatenango y de Fuego… recibí respuesta afirmativa, y así lo hice, cosa que no sería posible en la realidad en un vuelo comercial, pero me di ese gusto…
Luego pasamos al lado del volcán de Agua, encima de la Antigua Guatemala, y enfilamos hacia la Aurora… Allí pude aterrizar y hasta me felicitaron porque me dijeron que había sido un mantequillazo (es decir, suavecito)…
Se me olvidaba comentar que como a la hora de estar volando, Ramón recibió una llamada de su jefe Enrique -el jefe del simulador- que le gustaría estar con nosotros. Así que le pusimos pausa al vuelo, se estabilizó el simulador, se bajó el puente de unión con el edificio y entró Enrique, a quien agradecimos esos momentos en el simulador…
En fin, muchas cosas se me quedan en el teclado. Me dijo Gustavo, «la segunda vez es cuando más se goza el simulador». A ver si logro una segunda vez….
Pasamos un rato a ver la zona de mantenimiento y nos fuimos a desayunar a las 10:30 de la mañana…
Ya seguiremos después. Un abrazo.
Estimado Javier, ¡qué maravilla de experiencia! Una de mis pasiones es la aviación y siempre he deseado conocer un simulador (”de perdida" pues me hubiera fascinado ser piloto). He disfrutado muchísimo tu crónica, ojalá pronto haya una segunda parte. Te mando un abrazo.
Gracias Gerardo… Un abrazo