(Pongo aquí algunos recuerdos personales de lo sucedido hace casi 40 años en El Salvador. Perdón que haya salido tan personal este post)
No tuve oportunidad de conocer en persona a San Oscar Arnulfo Romero, Obispo y Mártir. Si coincidí con él viviendo en la misma ciudad de dónde fue Arzobispo, en San Salvador, entre los años 1977 y 1980.
Un día de marzo de 1980, por la tarde-noche sonó el teléfono de la casa de mis papás. A mis 15 años, era el más rápido para ir a contestar; levanté el teléfono de la oficina que tenía mi papá en la casa y contesté con el clásico “Aló”. Por el otro lado de la línea estaba mi prima Lorena, que no me saludó, sino que sólo me dijo en voz súper alta (es decir, gritando) “mataron a Monseñor Romero”.
Precisamente por mis 15 años, no dimensioné lo que esto podía significar. El papá de mi prima Lorena, es decir, el hermano de mi papá, acababa de entrar a formar parte de la Junta Revolucionaria de Gobierno, el ente que gobernaba (o trataba de gobernar) el país en esas agitadas fechas, después del golpe de estado que se había dado en octubre de 1979. Mi tío Napo –muy querido y admirado por mí- tenía pocos meses de haber regresado después de más de 7 años de exilio en Venezuela.
El país estaba muy convulsionado. Se oían con frecuencia balazos y las muertes estaban a la orden del día. Según creo recordar todavía no había “oficialmente” una guerra de guerrillas como ocurrió poco tiempo después.
La figura de Monseñor Romero era muy conocida, y se hablaba mucho de sus homilías, que cada domingo decía en Catedral o en alguna otra iglesia, porque la Catedral de San Salvador frecuentemente estaba “tomada” por algún grupo para reclamar derechos. Decía que las homilías eran muy comentadas en los periódicos y en las conversaciones de los mayores. A mi edad, no era precisamente tema de conversación entre mis compañeros.
El domingo 23 de marzo de 1980 dio su última homilía. He tenido oportunidad de oír un fragmento de la homilía y me emociona mucho el amor que traslucen las palabras.
También he podido oír las últimas palabras de San Romero; celebraba el Arzobispo una misa de un año de una difunta. Después de decir unas palabras y a punto de empezar el Ofertorio, se oye un balazo que terminó con su vida. Es impresionante y conmovedor cómo se oye el balazo: como un cañonazo.
Recuerdo que cuando visitaba a mi tío Napo, acompañando a mi papá, me quedaba con ellos, oyendo lo que hablaban. Era conversaciones de hermanos cincuentones (casi la edad que tengo actualmente yo), que recordaban momentos y personas de otras épocas, cosas sin ninguna trascendencia. Pero en ocasiones hablaban de temas más candentes. Por esos días, en una de las visitas, mi tío le contó a mi papá (y yo en medio de ellos), que había conseguido hacer entender a los militares que para el entierro de Monseñor Romero, lo que mejor convenía era que el ejército y todos los entes de seguridad estuvieran acuartelados.
De hecho, algunos utilizaron la multitudinaria manifestación de cariño a Monseñor Romero en su entierro para provocar una estampida humana que terminó con la vida de varias personas, que murieron cuando todos salieron corriendo al empezar balazos entre el público que asistía desde la plaza frente a la Catedral. Recuerdo cómo había algunos personajes disparando desde el suelo hacia el Palacio Nacional y las cámaras siguiendo hacia dónde ellos decían que había soldados disparando; no recuerdo haber visto ningún soldado disparando, pues además yo sabía que tendrían que estar acuartelados.
También tengo grabada en mi memoria una foto del periódico del día siguiente, donde se ve una multitud de zapatos frente a Catedral, más o menos ordenados, de todos los que los habían perdido en la carrera del día anterior.
A partir de esa fecha, la situación del país se volvió aun peor. Fue un gran dolor ver desangrado mi país y ver el sufrimiento de tanta gente que lloraba a sus muertos. Gente valiosa, gente sencilla, personas trabajadoras –como todo buen salvadoreño-, mujeres, niños… murieron miles, decenas de miles. Una guerra entre hermanos, como todas las guerras civiles, dentro de un marco político mundial con los últimos estertores de la mal llamada guerra fría… una guerra fría que en mi país provocó esas muertes, esa fuga de personas hacia otros países, un derrumbamiento de la actividad económica y mil consecuencias más.
La figura de Monseñor Romero es controversial, de eso no cabe duda. Y en mi querido país natal, El Salvador, las opiniones políticas son también muy fuertes. Como he escrito arriba, El Salvador es un país y una gente que sufrió mucho y hay muchos dolores no curados.
Yo le tengo especial cariño y devoción a San Romero de las Américas, como le llaman algunos. Y diré que fue por dos razones. La primera, es porque el año en que lo beatificaron, conocí varias historias de su vida, que me convencieron de que ese hombre merece los títulos de Santo y “mártir por amor”. Y la segunda razón, porque atribuyo a intercesión un milagro que recibí; un milagro pequeño, pero para mí, muy significativo.
San Romero de las Américas, ruega por El Salvador y por todos los países de América, para que sepamos ver lo que suma, lo que une, lo que sirve para el bien común.
Para que todos sepamos trabajar en bien de nuestra familia y de nuestros países.
Para que todos tengamos más amor por los demás.
Si tuvieras la homilía el día de su muerte (u otras) y nos la pudieras compartir te lo agradecería