Regeneración democrática I: «Algo de las revoluciones»


A medida que vas estudiando te vas dando cuenta de lo mucho que hace falta saber, y de la enorme ignorancia que padecemos. O por lo menos, que padezco yo. Como diría Platón citando a Sócrates «Sólo sé que no sé nada». Y para hacerlo más prosáico, como diría Cantinflas «Lo que es la falta de ignorancia».

Hace algunos años se celebraron los 200 años de la Revolución francesa. En México se celebraron, hace menos tiempo, los 100 años de la revolución. En Guatemala se celebra todos los años la Revolución del 44. Y así constantemente se celebran aniversarios de las revoluciones, y en muchos países todavía hay revoluciones.

Como nunca le había metido cabeza a estas cosas, no había caído en la cuenta que la revolución es un «revolcón» de lo existente. Es un borrón y cuenta nueva. Es destruir lo que está para poner… no sé sabe qué, precisamente, porque eso es la revolución. 

No es lo mismo una revolución que una reforma. La reforma es un movimiento hacia adelante hecho por los mismos. La revolución es un rompimiento con todo lo establecido. Una revolución es muy dura, implica mucha violencia (casi siempre) y cambio en las costumbres.

El problema de las revoluciones es dónde terminar. No puede existir una revolución permanente, sino que ha de aterrizar en algo concreto.

Siempre me ha parecido paradójico que los revolucionarios son «desobedientes» al régimen en cuestión; pero los líderes de la revolución «exigen» obediencia de sus subordinados.

La revolución por antonomasia es la francesa de 1789. Rompió con todo lo establecido…hasta cambiaron el calendario. Hace unos meses me metí a buscar algo que leer sobre el calendario que salió de la revolución francesa. La verdad, me atosigó, me saturó. Estaba bien planeado, bien pensado, pero era tan artificial, que desbordaba falta de sentido común. 



Esta revolución tenía como principios «Libertad, Igualdad y Fraternidad».

El famoso ciudadano Robespierre (le apodaban el Incorruptible) que se autodenominaba como el «ciudadano virtuoso», quería gobernar Francia basado en la estricta virtud de todo ciudadano para poner en práctica una democracia que no terminaba de funcionar. Y el ciudadano virtuoso, molesto porque había algunos que no vivían adecuadamente  la virtud  (la virtud según su propio baremo) y como para vivir la virtud hace falta educar a la gente, y como la educación no rinde frutos a corto plazo, sino a largo plazo, tomó la determinación de pasar por la guillotina a aquellos que no tenían la virtud para vivir en la democracia que como revolucionarios querían instaurar. Es la «época del terror» o el «reino del terror» de la revolución francesa, en la que la guillotina funcionó mañana, tarde y noche. Le cortaron la cabeza a aquellos que no tenían la virtud. Así, como todos debían ser «iguales», había que obligar (sin «libertad») a que los aristócratas fueran iguales a los demás; como estos no querían perder sus privilegios y ser iguales a la plebe, pues pasaron por la guillotina.  A los otros a los que les cortaban la cabeza era a los frailes y a las monjas, que no querían ser como los demás, sino que querían ser frailes y monjas. Les obligaban a casarse, como todos los demás (suponiendo que todos los demás se casaban). La «igualdad» de la revolución significaba casarse (bueno, el Incorruptible no se casó). Al final, «quien a hierro mata, a hierro muere», el Incorruptible pasó a nueva vida (no sé si a mejor o peor, aunque me inclino más por la última) de la misma manera en que envió a esa nueva vida a miles: con la guillotina ( para más señas, se dice que lo guillotinaron el 10 de Termidor).

La «libertad» en la revolución francesa no se cumplía. La «igualdad» tampoco; baste pensar en que Robespierre y sus amigos (guillotinaron a más de 20 colaboradores del Incorruptible junto con él) habíanse quedado con muchas de las propiedades que los aristócratas sin cabeza habían dejado… Pero lo que menos se cumplió en la revolución fue la «fraternidad»; nadie es frater si no hay un Padre común; y la revolución francesa no lo tenía.

La revolución francesa terminó en democracia, y pocos años después en un imperio, con el «gran» Napoleón Bonaparte como Emperador. Le pongo «gran» porque hizo cosas grandes y ha marcado muchas de las cosas que tenemos y vivimos actualmente («separación» de poderes en el Estado; Facultades de las Universidades, y un largo etcétera). 

Suena paradójico que la revolución francesa lo que hizo fue finalizar con el régimen antiguo (ancien regime) de la Monarquía; la revolución no para en mientes sobre el resultado que obtendrá, sino que lo importante es romper los actuales paradigmas para instaurar unos nuevos. Pero casi todo el mundo tiene en la cabeza que el rompimiento de la monarquía debe terminar en una democracia. La revolución rompió la monarquía, tuvo una época de dictador (el Incorruptible), unos momentos de «democracia» para terminar en un Imperio.

Aclaro unas cuantas ideas sobre lo escrito arriba:
1. No soy experto en la revolución francesa; pero nunca me ha agradado y cada vez que voy viendo y estudiando cosas sobre ella, cada vez me agrada menos.
2. Muchas de las ideas aquí vertidas son tomadas de mis apuntes de la clase que cursé sobre «Poder, Gobierno y Autoridad» del Profesor Rafael Alvira.