(Por diversas razones tuve que editar este post)
En los años 70’s del siglo pasado, solía irme, durante las vacaciones con mi mamá al negocio que regentaba mi abuela luego del fallecimiento de mi abuelo Herman. El negocio tenía un nombre ‘original’: se llamaba Casa Herman.
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Como buen suizo Don Herman vendía relojes, de marca Roamer. Trabajaba para él un relojero que, con paciencia infinita, ajustaba los relojes automáticos para que la segundera siempre se moviera exactamente cada segundo, ni más ni menos.
Además de los relojes, vendía también joyería. Por lo que recuerdo, no eran cosas súper exóticas ni caras, pero sí valiosas. De hecho, las cosas más valiosas se guardaban en un par de cajas fuertes de gran volumen y muy ordenadas. Ya para ese entonces el negocio era regentado, como viene dicho, por mi abuela Josefina (la Niña Fina como le decían; espero escribir algo de esta gran señora) a quien mi mamá le ayudaba; mi mamá es una de las personas más ordenadas que he conocido (aparte de las muchas virtudes que tiene; pero aquí sólo me interesa recalcar que era, y sigue siendo, muy ordenada).
Ese negocio, tenía buenos ingresos por la venta de timbres y papel sellado. El negocio de joyería y relojería era un negocio de menos movimiento.
Pero además, el negocio de joyería y relojería era de «fiado» como se dice o decía popularmente… Ahora diríamos que se da crédito comercial a los clientes.
Recuerdo un día que estaba detrás del mostrador; esperaba clientes para vender papel sellado y timbre; como no había Ipads ni celulares, nos entreteníamos con mi prima Sandra (QEPD) jugando a cualquier cosa de niños… En eso llega un cliente, un conocido, amigo de la familia, sonriente, muy simpático.
‘Hola niña Fina; qué tal niña Margoth’ el saludo a mi abuela y a mi mamá.
‘Hola ¿qué tal fulano?’
‘Pues por aquí, vengo a hacerle un abonito a mi deuda’.
Y comenzaba todo el proceso. La niña Margoth (mi mamá) sacaba unos kardex donde llevaba los saldos de los deudores… y anotaba los 100 colones que le pagaba aquel buen hombre. Al finalizar el pago, le dice algo así:
‘¿Qué tiene de nuevo?’
Y comenzaba el proceso de venta-compra… Al final, el interfecto se llevó un producto más caro que el pago que había hecho… Así que su ‘abonito’ del inicio sólo sirvió para incrementar su deuda con la Casa Herman.
El negocio, como era de esperarse, se fue llenando de muchas cuentas por cobrar. (…)
Financieramente podría decirse que el negocio estaba bien, pues había utilidades, porque se había vendido a uno algo que quizá costaba setenta centavos. Se tenía una utilidad bruta de treinta centavos. Además, siempre es mejor que el inventario ya esté vendido en lugar de mantener el inventario en su almacén.
También podría verse que a pesar de haber ganado, no había mucha liquidez. Y el problema con el inventario era que ya estaba vendido, por lo que se tenía que reponer… y el total del inventario se mantenía y crecían las cuentas por cobrar…
En definitiva, un negocio de mucho capital de trabajo, de mucho dinero invertido por los accionistas o por el banco. Mucho dinero y a largo plazo. Y para eso se necesitaba que el margen del producto fuera grande; en lugar de ganar treinta centavos, tenían que haber ganado quizá cincuenta centavos. Quizá así hubiera podido funcionar…
Pero no funcionó. Al tiempo el negocio se cerró. No se pudo.
No sé qué pasó con las cuentas por cobrar, aunque me consta que hubo clientes que siguieron yendo a la casa de mi abuela a abonarle algo de sus deudas…
También de niños, cuando mi mamá nos autorizaba (que lo hacía pocas veces), caminábamos 75 u 80 metros y llegábamos a la tienda del barrio. Allí había un cuaderno donde Rosa, la dependiente, nos apuntaba lo que comprábamos… Eso sí, la niña Margoth no nos autorizaba mucho para apuntar en ese cuaderno… A fin de mes llegaba mi mamá puntualmente a pagar la cuenta que teníamos con los Escobar, quienes eran los dueños de la tienda.
Lo mismo pasaba en los almacenes en lo que comprábamos diversas cosas: ropas, cuadros, adornos para la casa, etc. En cada uno de ellos mi mamá tenía crédito.
Hasta que de repente aparecieron unos instrumentos maravillosos… Unas cositas plásticas que entregabas cuando tenías que pagar… las metían en un aparato con un papel y arrastraban una cosa dos veces y luego te hacían firmar el papel con el monto y con una marca de tu cosita plástica… Habían llegado las tarjetas de crédito. Instrumento maravilloso, que ayudó a que la tienda de la esquina dejara de dar de fiado, y que los almacenes en los que se compraban dedicarse a los suyo, que es vender y no estar cobrando.
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¿Cómo funciona ese instrumento? La explicación casi termina siendo baladí, porque quizá el 95% de los lectores de este blog tienen por lo menos una de ellas. Pero siempre es bueno tratar de explicarla.
Muy simple. En lugar de que vos como persona individual tengás que ir adquiriendo crédito con cada tienda, mejor te vas al banco y éste te da una tarjeta con la que podés comprar en muchos establecimientos. Y esos pagos luego te son cobrados por el banco.
En medio, el banco, por cada 100 unidades monetarias (pesos, dólares, quetzales, euros), sólo le paga al establecimiento 95 unidades monetarias… Bueno, esto varía de país en país y de comercio en comercio… El % de descuento de la tarjeta de crédito al comercio puede variar entre el 1% y el 10%…
Si vos pagás todo lo que te has gastado en el mes anterior, serás catalogado por el banco emisor de la tarjeta de crédito como ‘totalero’… Serás un ‘buen’ cliente del banco, pero no les gustarás tanto como aquel que queda debiendo un poquito (aunque sea un peso) de lo que compraste…
Estos que no son totaleros, sí son muy queridos por los bancos; porque el siguiente mes te dicen… ‘Aja, vos gastaste esto hace dos meses, y el mes pasado me pagaste, pero no todo, así que ahora te receto un pequeño monto de intereses, que ascienden a’… Y es cuando nos vamos de espaldas…
Peor aún si se te olvidó pagar: porque además de ese ‘pequeño’ monto de intereses también te recetan otro poco por intereses moratorios… ‘Ah palabra más fea por el Amor de Dios’. Estás en mora… Horrible.
Así se financian las empresas que emiten tarjetas de crédito: esas son las tres fuentes de ingresos… Bueno, realmente son cuatro, porque también anualmente te cobran una membresía (o como quiera llamársele)…
En compensación de eso, las empresas emisoras te dan crédito con el cual vos podés pagar cualquier compra aquí, allá y acullá… Además, comprás hoy y quizá te toque pagar dentro de unos 45-50 días. Por ejemplo, si hoy es dos de mes, y la fecha de corte fue el día uno, los gastos que hoy realizás, se verán reflejados hasta el uno del mes siguiente. Y luego, te dicen que tenés que pagar unos 20 días después… Así que te está financiando casi los 50 días tu compra (esto varía de tarjeta en tarjeta y de país a país… Pero en el fondo es casi lo mismo).
Además la tarjeta de crédito te da puntos, premios, regalos, descuentos, etc. Todo sea porque te vayás con ellos, te ofrecen el ‘oro y el moro’.
En definitiva, te cobran una buena tasa de interés por darte crédito que no conseguirías de otra forma. Como me decía un amigo, ‘te cobran tanto porque te están dando un crédito fiduciario (sólo con tu firma), y por lo tanto es muy riesgoso para el emisor de la tarjeta de crédito’. Y a eso hay que añadir que ese dinero que el emisor pone en tu nombre tiene un costo alto, y toda la operación de la tarjeta de crédito también tiene un costo alto…
Todo hay que decirlo: lo peor que podés hacer es no pagar… Siempre tenés que pagar el mínimo (por lo menos) mes a mes. Así ‘sólo’ te cobrarán los intereses por financiarte. Pero si dejás de pagar, ordinariamente (también varía de lugar en lugar) se sigue este proceso: te llaman del banco… Luego pasa cobro a una empresa que te vuelve a llamar… Después te demandan y te vuelven a llamar… Luego te empiezan a llamar de noche… Luego de madrugada… Si todavía seguís sin pagar, pues le caerán a algo tuyo o perderás la demanda.
Esos cobros y todo este merequetengue también exige que a los demás clientes se les tenga que cobrar una tasa de interés alta… De lo contrario, el emisor de la tarjeta de crédito perdería dinero. Casi que es un crédito que le doy a Pedro con garantía en Juan; y a Juan con garantía en Pedro (y Pedro y Juan no se conocen ni se conocerán nunca).
Se me olvidaba decir que en ocasiones la tarjeta de crédito te facilita la compra de algún bien mediante el fraccionamiento de pagos. A veces te cobran una tasa mucho más baja por comprar esto, y en ocasiones hasta te dejan de cobrar una tasa de interés; así, se habla de «Meses sin intereses», «Visacuotas», «6 pagos precio de contado», o cualquier otro nombre…
Otras veces la tarjeta te da un extrafinanciamiento, es decir, te aumenta el límite de crédito temporalmente para que podás hacer un gasto más grande.
Y hay tarjetas que te ofrecen otros beneficios, como entradas a salones ejecutivos de aeropuertos, promociones exclusivas con descuentos, etc. Dicen (porque no las conozco) que hay algunas tarjetas que no tienen límite y podés comprar lo que sea con ellas (esperando que podás pagarlo).
Múltiples cosas…
Así que, mi sugerencia: si usás tarjeta, usala sólo como medio de pago, es decir, tenés que pagarle a la tarjeta mes a mes, todo lo que has gastado, siendo un buen «totalero», siguiendo aquel consejo financiero de «no estirar más el brazo que la manga».
Si no podés controlar tus gastos, pues entonces siempre pagá el mínimo y conseguí dinero para pagar la tarjeta… Casi cualquier préstamo decente (no de prestamistas que cobran excesivamente) es más barato que una tasa de interés de la tarjeta de crédito.
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