Ya estamos terminando nuestra primera semana de clases de la maestría, de nuestra materia de Filosofía Política. Por de pronto han sido 25 períodos de 45 minutos, 5 diarios por 5 días. Son 1,125 minutos (teóricamente, porque en ocasiones nos hemos alargado un poco más de tiempo); casi 19 horas. Nos quedan otros 5 períodos para completar 22 horas y media de clase… ya estaba desacostumbrado. Desde 1999 no recibía tantas horas de clase seguidas como estas. Bueno, la verdad es que no había recibido tantas horas de clase de esta naturaleza. Sigo apabullado por la sapiencia (más que eso, sabiduría) de Rafael Alvira. No ha llevado nunca un papel. Ha citado a autores ingleses, españoles, alemanes, franceses, griegos y latinos en su idioma original y diciendo de qué libro y demás… el esquema de las clases da para mucho así que los temas van y vienen con orden y concierto; pero han sucedido cosas simpáticas. A veces dice: “bueno, con esto terminamos el tema de la ética” por ejemplo. Y luego se recuerda de una cosa, y sigue hablando de la ética otra hora… además, sin repetir nada… en fin. Ayer me tocó dar dos clases de finanzas y me sentía un profesor ignorante y novato, sin poder citar a nadie de memoria… por cierto, hoy citó a un personaje de ficción que creo nadie conocía (por lo menos yo fui el único que me reí por la mención); y esto me ganó más, porque se refirió a un compositor creado por los músicos-cómicos argentinos Les Louthier. Dijo más o menos: “como diría Johann Sebastian Bach -no Mastropiero-…
Pero bueno, no tenía previsto escribir esta introducción que se me alargó. Sino sobre las cosas alrededor del título de este Post (como dicen que le dicen a cada texto que uno escribe por estos rumbos digitales). Así que para allá vamos.
Cuando venimos al mundo y empezamos a descubrir las cosas nos damos cuenta (o nos podríamos dar cuenta) de que todo ya está, y que estaba antes de nosotros. De alguna manera estamos en “deuda”. Aquí el concepto de deuda –obviamente- no lo estoy usando como si fuera un concepto financiero de préstamo o crédito; estoy usando el concepto de deuda como un “sentimiento radical” de que teneos una deuda, con Dios, con nuestros papás, con nuestros mayores, con la sociedad en general, porque tenemos dado algo que no merecemos, por algo que nos encontramos; y no estoy hablando sólo de cosas físicas sino también de cosas que “no merecemos” como el amor, el cariño, el cuidado, la educación, etc. Y conforme van pasando los años, ese sentimiento de deuda ha de ir creciendo (o por lo menos, cuando nos demos cuenta de ello): por el cariño de nuestros hermanos, por la educación recibida en el colegio o la escuela, por la amistad, por el amor a y de otra persona (novio, novia, esposo, esposa, por ejemplo), etc.
Y como ese sentimiento de deuda es un sentimiento radical, también ha de ser radical el sentimiento de agradecimiento. Ya lo dice el dicho castizo: “es de bien nacidos el ser agradecidos”. Aunque no sólo habla de la cuna, sino y principalmente, de la educación recibida en la familia: un niño, un adolescente, una persona mayor, ha de ser siempre agradecido. Importante tema para educar a los hijos e hijas. Cuando uno se considera sujeto de todos los derechos ya no se agradece.
Hay cosas que se pueden agradecer “monetariamente”. Un trabajo que nos realizan, se puede y se debe pagar, y con eso hemos agradecido aquel trabajo. Ahora bien, en muchas ocasiones, además del “agradecimiento monetario” sentimos la necesidad de agradecerlo también con palabras. Un buen “muchas gracias por este trabajo” nos deja más alegres por haber agradecido por aquella deuda.
Pero también nos damos cuenta que hay miles de cosas que no podremos agradecer monetariamente. Primero, porque quizá no nos lo piden; segundo, porque tampoco podríamos hacerlo. Creo que el ejemplo más claro es el agradecimiento a nuestros papás por habernos traído a la vida, educado, formado, dado alimento, vestido, casa, recreación, cuidarnos, salvarnos la vida, etc. Según me contaron, siendo yo un bebé, tuve un ataque de algo en un momento, y mi papá me tuvo que dar respiración artificial para salvarme la vida. ¿Cómo agradecerle esa “nueva deuda”? Por supuesto que nunca “me la cobró” monetariamente; ni tampoco me lo echó en cara cuando no le hacía caso diciéndome: “haceme caso, porque no sólo te traje a la vida, sino que además te la salvé cuando casi te morís de cipote”… ¿cómo pagarle? Pues no se puede, porque no me la cobró, ni aunque quisiera hubiera podido pagársela. Sólo un buen “gracias papá por todo” hubiera sido “suficiente”, o quizá muchos “gracias”. No dijéramos con mi mamá… aquellas noches pasadas al lado de mi cama para cuidarme por una infección, o la hepatitis, o lo que sea. Por ese hacernos de chofer (motorista dicen en El Salvador) tantas veces; por ese administrar la economía familiar para tener siempre todo bien (sus famosas listas de cosas a tener…). ¿Cómo pagarle? Primero no me lo está cobrando; y segundo, no hubiera podido pagárselo. Así que aquí la justicia se queda atrás; no es posible actuar en justicia con nuestros papás. Con estos pocos ejemplos se puedo uno dar cuenta de la cantidad tan notable de regalos que hemos recibido sin merecerlo. Y a dar gracias, con palabras y gestos (y con todos aquellos con quien estamos endeudados). Dar una rosa no tiene precio (citando un conocido anuncio), pero tiene muchísimo valor, y sabemos claramente que esa rosa no vale lo que tuvimos que pagar por ella. ¡Gracias papás!
Y aquí surge una paradoja… con mi mamá yo me siento “obligado” a agradecerle tanto. Es simpático, porque uno agradece libremente; pero aquí hay una “obligación” querida de hacerlo. De hecho, Alvira nos decía que ser ético es aprender a ser agradecido. Sobre pasa lo legal, lo justo; va más allá de la obligación legal, de la obligación de la justicia. Y lo más sorprendente de esto es que el resultado de cumplir este “imperativo” ético de agradecer, es que nos lleva a la felicidad.
Lo contrario al agradecimiento es el rechazo, la queja. La queja que es incompatible con la felicidad. Así que para ser felices tenemos que ser agradecidos y no quejarnos. No a la queja amarga de esperar como un derecho aquello que no lo merecemos.
Cuando Alvira empezó a hablar de la queja se oyó un murmullo por parte del sector femenino de los asistentes a la maestría. Y acotó: “la queja femenina es una queja estratégica; esta no es una queja mala”… y se soltaron los aplausos… Así que las esposas podrán seguirse quejando con una queja estratégica para llamar la atención.