Hace unos días recibí un «reclamo» de uno de mis lectores asiduos, preguntándome si estaba enfermo, porque ya llevaba algunas semanas que no publicaba en este blog. Le tuve que aclarar que no era cuestión de enfermedad (que todavía la «salud la tengo sana»), sino cuestión de inspiración y de tema. No había encontrado ni tema sobre el qué escribir, ni he tenido la inspiración para hacerlo (obvio que sin tema la inspiración sobra; y sin inspiración, el tema tendrá que esperar).
Pensé que quizá lo primero sería empezar a buscar un tema, y de hecho encontré una frase para titular un post que espero escribir en los próximos días. De hecho, esto me recuerda a un amigo que me decía que cuando había escrito algún libro, lo primero era ponerle el título, y luego todo lo demás, ya salía. Así que siguiendo ese consejo, pensé un título y luego todo lo demás saldría…
Pero antes de usar ese título para escribir sobre algo, la «casualidad» de la vida me presentó una oportunidad de hablar no sobre algo sino sobre alguien. Puse «casualidad» pero en realidad tendría que haber escrito la «Providencia».
Ayer por la mañana, fallecía en la Ciudad de Guatemala, el sacerdote, periodista, escritor, poeta, casi abogado, educador, teólogo, Gustavo González Villanueva, conocido como Don Gustavo, o Don Gus, de cariño.
La verdad no soy la persona más indicada para escribir una honra fúnebre de Don Gustavo, porque realmente conviví poco tiempo con él y pocas veces. Pero lo conocí en 1982, y a lo largo de los años lo traté esporádicamente, le oí hablar, dar clases, predicar, celebrar la Santa Misa, jugar basket… y también oí muchas anécdotas sobre su vida y sus limitaciones, que hacían reír, pues eran las clásicas limitaciones de un genio.
También hoy, durante la Santa Misa de cuerpo presente, se recordaron en la Homilía muchas cosas de las virtudes de Don Gustavo. Un hombre culto, que leía y memorizaba cosas que luego regresaban a páginas escritas para transmitir conceptos aprendidos, asimilados, «rumiados» y retornados para los mortales.
Físicamente don Gustavo era un hombre fuerte, de estatura normal para estas tierras. Recuerdo de hace años -en mis primeros años como universitario- como jugaba basketbol. Los tableros de la cancha en la que jugaba eran -y siguen siendo- de plástico grueso, por lo que la bola resonaba fuertemente. Pero cuando don Gus empezaba a jugar, los tableros daban todo de sí, por la fuerza con la que la pelota les golpeaba. Casi se oía a los pobres tableros pedir clemencia al buen Don Gustavo.
Don Gustavo tenía facilidad de pluma como ya se colegía de cuando lo presenté. El decía que «escribir es fácil. Tomas un papel, una pluma y empiezas a escribir, ya te sale algo». Así le pasaba a él, pues con esa facilidad le salían sus poemas. Hoy, durante el velorio, su sobrina nieta me comentaba que cuando falleció la mamá de Don Gustavo, él vivía en Costa Rica, y durante el vuelo de San José a Guatemala, Don Gustavo escribió un libro de poemas dedicado a su madre: «Poema del Sueño y del Viaje de la Mamá Buena». Con esa facilidad lo escribió. La editorial que publicó este pequeño libro dice de él: «El autor intenta recoger los sentimientos, emociones y recuerdos, fugazmente evocados a la noticia de la madre que acaba de morir. El poema se prolonga con el encuentro personal y la verificación del hecho.»
Yo, a lo largo de mi vida, he procurado leer mucho, y me encanta leer. Pero ha habido un género de lecturas con la que no he podido. Y eso son las poesías. Soy incapaz de entenderlas, así que cuando leo una me quedo exactamente igual a antes de leerlas. Así que no he leído mucho a Don Gus… pero le admiro esa capacidad para escribir cosas con facilidad.
Un gran hombre, con grandes habilidades. Más importante aun que esa capacidad suya fueron las virtudes que desarrolló. Era un hombre alegre, cuya risa contagiaba precisamente alegría. Don Gustavo era un hombre volcado en los demás; ayudaba calladamente a los demás, siguiendo una a una a las personas. Hoy escuché varias historias relacionadas con esa cualidad suya. De hecho, mi lector «regañón» presentado al inicio de estas palabras me contaba, conmovido que cuando tuvo un problema familiar muy fuerte, allí estaba don Gustavo con él y con su familia, ayudando, apoyando, dando ánimos.
Y principalmente Don Gustavo era un hombre de fe. Celebraba la Santa Misa con mucha piedad, tenía una gran devoción a San José y especialmente a María Santísima. Durante años tuvo encargos de gran responsabilidad en la conducción y dirección de almas en Centroamérica; y siempre, este tipo de cosas, exige una fe recia, grande, fuerte, «que se pueda cortar» como decía San Josemaría.
Queda claro que esta pequeña semblanza de Don Gustavo González Villanueva se queda corta. Así es, y así ha de ser, porque lo importante es la semblanza que Dios fue preparando de su vida. Allí quizá no habrá escuchado aquel «redde rationem villicationis tuae», «dame cuenta de tu administración». Sino que quizá habrá escuchado aquel «euge serve bone, et fidelis, intra in gaudium Domini tuae», «bien, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor».
Descansa en paz querido Don Gus.