Nunca había escuchado el dicho popular que dice: “si los jóvenes supieran y los viejos pudieran”. Hace unos días lo leí, con un addendum, que dice “todo se podría hacer”.
Los jóvenes pueden, pero no saben; los viejos saben, pero no pueden.
La experiencia se gana con la vida, a golpes, errores, rectificaciones, metidas de pata, éxitos, fracasos, fallas, etc. Los jóvenes pueden, corren el riesgo que da la insensatez (así se gana la prudencia)… por eso los jóvenes son arriesgados y no visualizan todo lo que puede implicar una decisión. A medida que va pasando el tiempo, nos volvemos más mesurados, nos arriesgamos menos, y cometemos el error de no arriesgarnos tanto. Por eso los viejos no podemos, no nos animamos a lanzarnos tras ideas, ya que la “prudencia” nos recuerda los golpes que hemos recibido.
Pienso que este dicho y lo que he escrito en el párrafo anterior no es del todo correcto; porque muchas veces uno se encuentra a jóvenes que la vida les ha llevado a tener la prudencia adecuada para actuar sensatamente pero con mucho riesgo. Y también seguro hemos encontrado a viejos que se lanzan a decisiones con mucho riesgo, a pesar de su experiencia de golpes y derrotas.
Mis lectores habituales recordarán que con frecuencia escribo acerca de Don Carlos. El refrán habla de viejo, y aunque don Carlos no es viejo en edad, yo lo catalogaría como un joven de espíritu. Y don Carlos tiene una gran experiencia, acumulada tal y como se acumula: con fracasos y éxitos. Y una de las grandes ventajas de conocer y tratar a Don Carlos es que siempre puede aprender uno de él. Hay días en los que está más inspirado y suelta esos doblones de oro empresariales “espolvoreados” de sensatez y optimismo, viendo siempre el lado positivo de las cosas, pero con los pies en la tierra.
Hace poco comentaba que unas cosas que había importado de Europa las tenían que adaptar para usarse en Guatemala. Las mandaron a adaptar a un lugar donde eran expertos. Al final, fue un desastre, pues hicieron mal las adaptaciones y prácticamente las dejaron inservibles. Y terminó comentando don Carlos “pagamos para aprender, porque a las siguientes nosotros mismos en la empresa las pudimos adaptar, y las adaptamos bien”. En lugar de enojarse por el mal trabajo que le habían hecho, descubrió el lado positivo.
Y para completar lo anterior soltó una frase que me encantó, pues manifiesta que el espíritu emprendedor e innovador que siempre le ha caracterizado sigue vigente: “cuando comience, no me van a parar”. Y así ha sido; cuando empieza algo, no hay forma de detenerlo. Es un gran ejemplo de emprendedor, o como le gusta decir a un amigo, “un entrepreneur”.
Como comentaba, ese día estaba inspirado don Carlos, y siguió soltando frases. Conste que no es que se sienta y empieza a soltar frases a diestra y siniestra. Lo que hace es participar en una reunión, y entre todas las cosas que comenta, van saliendo “sin querer” esas enseñanzas.
Por ejemplo, citó a su papá, que a veces le decía de sus competidores: “ya me están copiando; quiere decir que lo estamos haciendo bien”. O aquella otra, de alguna manera relacionada con la anterior: “el día que no haya problemas es que no estamos haciendo nada”.
Pero la enseñanza que más me gustó fue una afirmación que manifiesta también la categoría empresarial de Don Carlos. Con frecuencia comenta que habla con los ingenieros de su empresa, y que él les recomienda cosas, pero que ellos son los que deben analizar lo que queda mejor para resolver los problemas o mejorar la eficiencia de los procesos en los que trabajan, ya que “ustedes son estudiados, y yo no”. Y luego envía una “recta de 160 km/hr”… “contrato a gente mejor que yo”. Me encantó, pues es la mejor forma de crecer y mejorar.
Aunque, la verdad, es una frase que Don Carlos dice sin fundamento real. Porque estoy seguro que ninguna de las personas a las que ha contratado son mejor que él. Si acaso, serán más estudiados, pero no mejores que usted Don Carlos.
Mil gracias Don Carlos por todo lo que nos enseña.