Hoy por la mañana, tuve un déjà vu, pues, desayunando con un nuevo amigo, Claudio, entre la deliciosa fruta aparecía una pitahaya. Tenía mucho rato que no la comía , así que, aprovechando el regreso de la pitahaya a mi posible ingesta, probé una apetecible, pero insípida, pitahaya. Confirmé lo que había escrito hace ya 8 años, en un súper breve post de este mismo blog.
Decía que tuve un déjà vu, aunque quizá no sea la palabra adecuada para referirme a ello, porque jamás me había tocado a alguien que alabara tanto a este fruto cacteaceo, llamado también fruta del dragón.
Me quedé sorprendido, decía, de la emoción con que Claudio hablaba de la pitaya. Hasta que dio en la tecla. «Mi abuela nos compraba pitayas. Y luego nos llamaba diciéndonos ‘tengo pitayas por si quieren venir a comer’. Y nosotros, los nietos le decíamos, ‘abuela, sólo dinos que quieres que te vayamos a visitar, no hace falta la excusa de las pitayas'».
Al acabar el desayuno, me busqué el artículo que he citado más arriba y lo volví a leer. Me llamaron la atención dos cosas: la primera es que el post tenía ya ocho años, que llevo metido en estos ejercicios de poner por escrito las ideas que rondan mi cabeza; la segunda es que era un post demasiado corto.
Así que supongo que fue un post de lanzarme a hacerlo y ya. Ahora, con el cambio de plataforma el blog tiene ayuda de la aplicación que se llama SEO que te califica y juzga si estás escribiendo adecuadamente.
De hecho, ahora que lo reviso usando estas ayudas, me sale con color rojo la legibilidad, pues tengo tres frases consecutivas que empiezan con la misma palabra. Y uno de los párrafos tiene más de 150 palabras, que está casi prohibidísimo (mejor dicho, no sugerido).
La cosa fue que le mandé el link a Claudio sobre ese post, y me imagino, acudiendo a su benevolencia, lo leyó. Quizá porque decía que se tardaba uno dos minutos en leerlo.
Me contestó con un «woho, es fuerte el argumento». Y luego, la maravilla que da el libre albedrío: «pero no puedo usarlo, porque a mí me encanta la pitaya».
Cada persona somos un mundo. Mundos en el que coincidimos en algunas cosas y en que discrepamos en la mayoría. Opiniones van y vienen. Maravillosas opiniones, fundamento de las decisiones que tomamos.
Esas decisiones que de alguna manera nos marcan la vida, nos marcan en el camino tan personalísimo que cada uno sigue en su recorrido vital.
Esas decisiones que siempre implican una riesgo, una incertidumbre. Llevo varios días específicamente pensando más en esto temas (como saben algunos, el análisis de decisiones es uno de mis temas preferidos).
Pero ahora he estado pensando mucho más en el tema de la incertidumbre en la decisión.
Y como cuando uno piensa en algo más frecuentemente, siempre sale alguna frase en un libro, en el períodico, o un diálogo en un capítulo de una serie, o en una película; ¡qué se yo!
Pues entre la pitaya y la maravillosa discrepancia de opiniones y el riesgo de las decisiones, me tenían pensando, hasta que me encontré una conversación en una serie.
Por aquello de hacer referencia, la conversación se da en el capítulo títulado Parental Guidance, y la serie se llama Bull.
La conversación se da entre Marissa (uno de los tres personajes más importantes de la serie) y su esposo. Marissa fue abandonada por sus padres y adoptada por quienes la criaron. Esta es la segunda vez que se casa con su primer marido y han ido resolviendo los problemas que terminaron en la ruptura (clásicas series actuales).
La cosa es que cuando fue se realizó el primer matrimonio, habían hablado que no querían tener hijos. Pero los tiempos van cambiando a las personas y Marissa se plantea la maternidad.
No me esperaba encontrar una conversación tan interesante entre Marissa y su segundo-primer esposo. Pero me cayó de perlas para lo que venía pensando.
Estoy tan asustado, como tú, de fallar
Estoy aterrorizado con la idea de defraudar a otro ser humano.
Pero hay una parte de mi qué piensa que sería aterrador y peligroso si no tuvieras esos miedos.
Ese pavor de equivocarnos en las decisiones importantes siempre nos acompañará. Y si son decisiones decisivas, todavía con mayor razón.
Y la tercera frase me encantó más. No tener miedo de tomar decisiones revela una irresponsabilidad e inconsciencia total.
No sé si tenga que ver la pitaya con el miedo ante la incertidumbre. Pero aquí lo dejo por si te sirve para reflexionar.
Y si te gustan las pitayas, pues a comer muchas.
Sólo tú podías poner en un mismo post a una pitaya ( llamativa por sus colores e insípida hasta decir basta como algunas personas que me acaba de venir a la mente) con la incertidumbre de las decisiones… tu mente funciona de una manera curiosa Javier..:
No es lo mismo una pitaya (sin h) que una pitahaya. Las primeras tienen colores hermosos y un sabor agridulce increíble, las segundas no saben a nada, sean blancas o rosas. Estamos en plena época de pitayas, hasta que empiece la lluvia, así que a disfrutarlas