En otra ocasión me he referido a mi amigo Tomás (Tomás, mi amigo el políglota enólogo – MULTISARTGUMENTIS (multisargumentis.com)). De hecho, no se llama Tomás; todos mis compañeros de colegio (y preparatoria, para los mexicanos) saben que me refiero a un gran amigo personal, y amigo de todos los compañeros. Una gran persona, igual que lo es su señora y su hija.
Tomás siempre me “rebota” mis tarjetas de Navidad que envío electrónicamente desde hace varios años. Digo que me rebota, porque dice que la tarjeta tiene que llegar el día de Navidad y no antes. Creo que Tomás me lo dice medio en broma, medio en serio. Pero así es mi querido Tomás.
Como no podía ser de otra manera, este año mi tarjeta de Navidad llegó unos días antes del 25 de diciembre. Y Tomás, inmediatamente, me reclamó que no la aceptaba. Procedí a borrarla, para ambos, en el WhatsApp, y con puntualidad suiza, el 25 le envié la tarjeta nuevamente. En esta segunda ocasión, sí me la agradeció y de paso me contó una historia personal, que aquí trato de exponer. Por supuesto que le pedí permiso para publicarla.
Tomás, entre sus grandes cualidades, estuvo trabajando unos años de diplomático en Alemania. Su manejo de la lengua de Goethe le sirvió muchísimo para esos años en el centro de Europa. Aquí será el ubi de esta anécdota. El quando será en los años 90’s del siglo recién pasado (bueno, en pocos días inicia el año 20 del siglo XXI, el 2021).
No transcribiré literal lo que mi amigo Tomás me contó, sino lo iré glosando; aunque sí pondré algunas cosas literales.
Así empezó su respuesta a mi felicitación Navideña, en la que también le puse “para vos en exclusiva”. El mensaje de voz de Tomás no tiene pérdida. “Querido Javier, Feliz Navidad”. Conste que Tomás siempre ha sido un purista del lenguaje y de la exactitud (manía que compartimos). Así que la palabra “Navidad” en el audio se escucha perfectamente hasta con la “d” final con mucho énfasis. “Querido Javier, Feliz Navidad. El Niño Jesús ha nacido”.
Y luego comenzó a contarme la anécdota. Me pone primero en contexto. “Tú sabes que allá es más formal todo, en general, en Europa. Y nos invitó a celebrar la Navidad (otra vez con “d” final) un muy amigo nuestro, que era funcionario del gobierno. Es muy raro que lo inviten a uno a su casa, pero habíamos trabado amistad con él y con su esposa. Nos invitó a Paty (nombre ficticio de su mujer) y a mí y a otros dos matrimonios; en total éramos unas 8 personas. Hizo una cena navideña.”
Simpático Tomás, dice que esa cena navideña era como la de las “postales. Estaba en la sala el árbol de Navidad; en Alemania se estila -y también en los países nórdicos- que no usan luces artificiales, sino que ponen velitas en todas las ramas, que se encienden el día de Navidad. Pero lo que te quiero contar es que en la sala estuvimos departiendo, tomando vino. Luego pasamos a la cena con tiempo suficiente para que dieran las doce a la hora de terminar; se cerró la puerta entre la sala y el comedor.”
“En el comedor cenamos el pavo (no dijo el nombre del pavo salvadoreño, “chumpe”). Una cena elegante, con copas y todo: muy bien cuidado hasta el detalle.
“Cuando faltaban -ponle, cinco para las doce-, que ya habíamos terminado de cenar, nos dijo que pasáramos a la sala. Y cuando se abrieron las puertas, nos encontramos una sorpresa. El arbolito estaba con todas las velitas encendidas. Estaba un “mesero” con copas de champagne, muy bonitas. Nos dio una a cada uno de los asistentes. Había puesto música clásica: sonaba el Mesías de ‘Haydn’.
“Y, a las doce en punto, cuando ya era veinticinco de diciembre. En ese momento, que eran las doce, ante el árbol, muy solemnemente elevó su copa de champagne, y ante todos, dijo ‘Salud, el Mesías ha nacido’. Y brindamos todos”.
“Y eso me encantó” (Esto, mi amigo Tomás, lo dijo, con una sonrisa; en el audio se “escucha” esa sonrisa).
Aquí termina la anécdota ocurrida hace años a mi amigo Tomás en Alemania. Aunque su audio continúa porque me dice “anoche, cuando estábamos con Paty en una cena -muy pequeña por el covid-, levantamos nuestras copas, me volteé a conectar la mirada con Paty y, viéndola a los ojos, dijimos ambos, en nuestro interior ‘Salud, el Mesías ha nacido’. Y nos sonreímos mutuamente con mi amada esposa”.
Hasta aquí la anécdota. Como Tomás es un gran conversador, me siguió diciendo: “pero bueno, regreso a tu tarjeta. Te la recibo con mucho cariño, que es recíproco. Está muy bonita la pintura que escogiste en esta ocasión. Y espero que estés pasando una Navidad muy respetable en este clima tropical de nuestras tierras.”
Hasta aquí la nota de voz de mi querido amigo Tomás. No había pasado más diez minutos cuando me manda la siguiente aclaración: “Sólo que me equivoqué en una cosa. El Mesías es un oratorio de Händel, no de Hayden como dice en mi voice note. George Frideric Händel, para ser más exactos”.
Tengo que reconocer que cuando le oí que era de Haydn me sonó raro, pero jamás pensé que mi culto amigo se hubiera equivocado en algo tan obvio. Pero, bueno, la pronta rectificación me volvió a subir al pedestal cultural a Tomás. (Aunque he de reconocer que el segundo nombre de Händel está mal escrito en el mensaje de WhatsApp que me mandó; pero eso lo atribuyo a un error de los clásicos que la app esa corrige).
Para terminar, creo que habrán notado que hay otra palabra que termina en “d”, y que también Tomás la enfatizó las dos veces que la dijo: “Salud”.
Así que “salud” a todos por esta Navidad.
PS: Si tienes una historia navideña que contar, que sea agradable, me la mandas por inbox y la publico por aquí.
Feliz Navidad!! ( con D final siempre) y espero no me la rebotes por llegar un día tarde.