Entre mis apuntes personales para ir escribiendo algunas cosas en este blog, me encontré con esta frase: “medir al mundo, medir al hombre”. Tengo que reconocer, que casi todas las frases que anoto en esos apuntes, a muy pocas les pongo referencia. Y esta es una de tantas que tengo sin referencia. Lo peor es que la he buscado en Google (la he googoleado) y no la encontré tal cual.
Pero bueno, esta frase me sirve para emprender este post.
Hace poco tuve oportunidad de estar en una ceremonia académica muy emocionante. Pienso que es del tipo de ceremonias tan exclusivas en cada Universidad que se dan en pocas ocasiones en la vida de las casas de estudio. Me refiero a la investidura de Doctores Honoris Causa; aquellos a los que se les da el título de doctor en función y por causa de sus méritos con relación a la Universidad.
Tuve ocasión de estar en un evento similar en 2005. La entrega de doctorados honoris causa de 2010 me lo perdí por causas ajenas a mi voluntad (por no decir, por causa de otra voluntad). No podía, por tanto este año perderme ese gran evento, que reviste varios significados. Se ha publicado un folleto de esta ceremonia donde se explica lo que es un doctorado de esta naturaleza; también allí, en los discursos laudatorios se explicaba el por qué de la entrega a cada doctorando. Como eso ya está publicado, pues lo adjunto al final de este post por si algún benévolo lector desea leerlo.
Espero escribir varios artículos sobre este tema, porque tanto los discursos laudatorios como los de agradecimiento tienen mucha sustancia. Algunos más que otros, pero dan mucho para la reflexión personal.
Ponía arriba que había sido una ceremonia académica emocionante. Quizá alguno se preguntará, ¿cómo una ceremonia académica que tiene 12 discursos además de las presentaciones del gran Maestro de Ceremonias (mi buen y querido amigo Gonzalo Díaz), puede llegar a ser emocionante?
Pienso que puede haber varias respuestas a esta pregunta. Quizá algunas pautas pueden indicar esto.
El primer indicio de emoción empieza cuando el coro y la orquesta entonan el famoso Gaudeamus Igitur, el himno universitario por excelencia. Siempre que lo oigo, me retrotraigo a 1979, cuando por primera vez lo oí y canté, en un viaje de “turismo académico” que culminó en Roma. Así que todavía recuerdo con emoción ese “alegrémonos pues”, por esa juventud que da la educación, “mientras seamos jóvenes” (iuvenes dum sumus).
Luego, la emoción de ver desfilar a los colegas del IPADE con sus vestes académicas y su clásico birrete con ínfulas doctorales. Ver a cada uno de esos doctores con quienes he compartido muchas alegrías y una que otra dificultad, me contagiaba emoción.
El desfile de los doctores de la Universidad Panamericana (UP) la verdad, me impresionó. Era de nunca acabar. No llegué a contarlos, pero asumo que andarán alrededor de unos 200. Eso es el claustro doctorado de la Universidad. Para otros países sería lo normal tener a todos los profesores como doctores. En estas tierras eso es casi un lujo y una bendición. Tener a buenos doctores que han ido fuera del país a doctorarse, y que luego han regresado a México, teniendo ofertas de otros lados, es una maravilla.
Como decía una persona a quien quise mucho, “para que un país se desarrolle se necesita una generación que se sacrifique por ese país”. Y eso lo vislumbraba al ver desfilar a esa pléyade de doctores que han preferido regresar a su país para sacarlo adelante, pensando más en los demás que en ellos mismos.
Además de las emociones propias de la laudatio de cada doctorando, tuve una emoción especial en ver la entrega del doctorado honoris causa a mi querido Maestro Rafael Alvira. Don Rafael, quien ha sido “culpable” de varios post en este blog, me dio un par de cursos de una maestría que tuve oportunidad de estudiar hace algunos años. Considero que Rafael Alvira ha sido uno de los profesores que más me han impresionado en el aula. Su erudición es notable; su sabiduría la supera con creces. Y su persona desprende una paz sólo comparable a su simpatía. Por eso le puse arriba “mi querido Maestro”; y de alguna manera la emoción se cubrió de felicidad por los filósofos de la UP que han tenido la suerte de tenerlo como profesor (alegrarse con los demás, es lo que algunos llaman envidia de la buena…).
Cuando pensé en escribir sobre este acto académico, pensé que cada uno de los artículos tuviera un subtítulo. Así que a este le puse “medir al mundo, medir al hombre”.
Y me gustaría pensar ¿cómo medir al hombre? ¿Cómo medir a esos profesores? Pues un ranking contaría uno a uno cuántos tienen ese grado y eso sería el número. ¿Pero realmente podría medirse a un claustro de profesores de esa forma? Pues pienso que no sería válida esa medición.
Nos gusta cuantificar las cosas, los eventos, las situaciones. Pero eso no necesariamente “mide” en su totalidad algo. Sabemos que “medir” es comparar algo con un patrón. ¿Sería comparable el número de doctorados honoris causa dados por una Universidad y por otra? Pues sí, de alguna manera podría ser comparable, se podría “medir”. Pero para todos debería quedar claro que el nivel de las Universidades no es el mismo. Es difícil medir al mundo.
En teoría podríamos decir que cada persona tiene la misma dignidad. Y eso es así. Al mismo tiempo hay algunos que tienen “más” dignidad que otros. Cuando oía los discursos laudatorios de los doctorandos pensaba: “qué maravilla de tipo este hombre; todo lo que ha hecho; lo ha hecho muy bien; que bueno tenerlo ya en el claustro como profesor; ha aportado mucho; ha ayudado mucho a que otras personas mejoren”… un sinfín de ideas que pasaban por mi cabeza, que terminaban en un buen orgullo de conocer a gente tan capaz y que ha hecho mucho bien en su ámbito.
Y eso es “inmedible”. Medir nos llevaría a comparar. Y cada uno somos “iguales” al mismo tiempo que “diferentes”. Como sucede en una familia: iguales y diferentes. Medir no siempre es posible y a veces tampoco quizá sea conveniente.
Lo dejo por aquí. Espero seguir pronto con algunas ideas del primer doctorando.
Significado de la ceremonia de investidura de Doctor Honoris Causa
Doctor por causa de honor es el más preciado reconocimiento que la Universidad puede ofrecer a un académico, científico o intelectual. Un ritual ancestral de dignificación mutua, de compromiso ante testigos de excepción. Este acto es embellecido por un alto contenido emotivo de entrañable significancia, que corona el esfuerzo y la entrega de toda una vida a favor de las mejores y más nobles causas humanas.
El nombramiento de cada Doctor Honoris Causa va integrado de una selecta nómina de mujeres y hombres de bien, que son reflejo de un modo de ser universitario, de un estilo de universidad como casa de estudios abierta a la ciencia, la cultura y el arte, en definitiva, a la verdad y el bien.
La Universidad Panamericana, con el paso de las décadas, va consolidando su propia y reconocida historia de honor: El acto de investidura de Doctor Honoris Causa sugiere un modelo de Universidad donde el reconocimiento y respeto por las personas en el hacer profesional, es considerado como valor esencial en la tarea universitaria.
Referencias históricas sobre el doctorado Honoris Causa
Doctor – el que enseña el docto- es concepto que define al maestro, al profesor, ya en Cicerón y Horacio, como complemento y auxilio de la persona que aprende, el indocto – por eso docti dicant et indocti discant-, desde los siglos XIV y XV se usa en castellano con igual contenido.
Como definición de un título universitario se encuentra por primera vez en una ley de Bolognia del año 1462. Atribuido a determinadas personas sobre las que recaían extremas excelencias, el vocabulario ha ido acompañado a veces por adjetivos laudatorios como angelicus, eximius mirabilis, subtilis illuminatus…, sin que esta relación pretenda ser exhaustiva.
Definido ya el título de doctor como el de mayor rango académico, fue natural que en el transcurrir de los siglos cada universidad deseara sentar en su claustro – tomar asiento, sentar cátedra– a los más eminentes próceres del conocimiento, la ciencia, el arte y la cultura, lo que sólo cabía hacer a título honorífico en el caso que aquellos estuvieran ya adscritos a otras entidades académicas. Con esa distinción recibirán honra y provecho, tanto el homenajeado como la institución.
En el solemne acto público de investidura de aquella dignidad, el rector imponía al recipiendario el birrete albo y laureado, venerado distintivo del más alto magisterio, como símbolo del título que en pergamino se le entregable. Éste le confería el privilegio depronunciar dictámenes y emitir consultas mediante la entrega de la venera para sellar tales documentos, y con guantes blancos que ponían seguidamente en sus manos le recordaba la ética estricta que debe presidir toda actividad universitaria.
El protocolo actual conserva estos ritos en la Universidad Panamericana, donde se entregan a esos efectos los dones y ofrendas que en la ceremonia solemne, son impuestos a cada galardonado.
(Por aquello que me exijan derechos de autor, cito aquí la fuente. Está tomado de folleto intitulado “Discursos del Acto Académico de Investidura: Doctor Honoris Causa” octubre 2018. Sin Autor, de la Universidad Panamericana y del Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresa. Con cita a José Antonio Lozano Díez, Rector y Mtro. Rafael Chávez Sánchez, Secretario General. Edición a cargo de la Dirección de Comunicación Corporativa de la Universidad Panamericana y del Ipade). Al fin logré terminar esta cita…