De Alex a Frankenstein, pasando por Publio y Marco, gracias a Gonzalo
El huracán Alex azotó Monterrey en julio de 2010, con los destrozos conocidos y las pérdidas de vida humana (que gracias a Dios no fueron muchas). Relativamente poco tiempo después, quizá un par de meses, cuando la ciudad todavía no empezaba a recuperarse, visité, para dar clases esta querida ciudad. Fue mi primera visita en ese año lectivo, y obviamente lo que más llamaba la atención eran los destrozos que la excesiva cantidad de agua que había desaguado en el río Santa Catarina.
Al final de la tarde me llevaron desde la oficina al Hotel. El trayecto tarda unos 10 minutos ordinariamente. Ahora el problema era que el trayecto ordinario no existía, por los destrozos de Alex. Así que tuve que tomar el camino alterno que ya tenían conocido: en esas circunstancias, el camino alterno nos llevaría una media hora. Pero había que añadirle la lluvia que había empezado a caer nuevamente sobre la ciudad (fue la lluvia más fuerte de ese año, aparte del Alex). Para no hacer larga la historia, nuestro trayecto de 10 minutos se convirtió en casi dos horas.
Después de esta breve introducción y contexto, entro al tema que quería tocar. Me bajo del carro en el Camino Real de Monterrey y justo detrás de mí veo que se baja de otro carro un buen amigo conocido en las aulas del IPADE el año anterior. Este amigo se llama Gonzalo.
Tengo que hacer una digresión para presentar a Gonzalo. Gonzalo es un empresario mexicano, joven podríamos decir, que decidió hace unos años estudiar la Maestría para Ejecutivos en Dirección de Empresas que el IPADE imparte en la Ciudad de México. Allí, en las aulas conocí a Gonzalo. Resultó que Gonzalo “es” sobrino de un Arquitecto muy famoso que trabajó en Guatemala, y con quien tuve mucha relación, amistad y cariño; fallecido a finales de 2000, su tío Víctor del Valle había recibido la ordenación sacerdotal cerca de sus 70 años en 1997. De hecho algún tiempo después, Gonzalo visitó –junto con su esposa- la sepultura de su tío en Guatemala, para agradecerle un milagro que atribuye a su intercesión, en la curación de un hijo pequeño, al poco tiempo de fallecer Víctor. (Espero no haber confundido con tanto rodeo). La idea es que conocí a Gonzalo, y la relación de profesor-alumno se transformó fácilmente en amistad (como sucede, además, con frecuencia en el IPADE).
Pues en esa húmeda y lluviosa noche, me topo en la entrada del hotel con Gonzalo, que traía en sus manos un grueso libro. ¿Qué lees le pregunto? Ah, -me contestó-, es el mejor libro que he leído en mi vida, me dijo. Yo pensé para mis adentros: “¡ay! Gonzalito, te me has vuelto muy exagerado”. Pero tomé nota del nombre del libro: “Africanus, el hijo del Cónsul”. La verdad no me sonaba para nada de nada, ni el autor, ni el nombre, ni el apodo ni nada. En fin. Hice mis averiguaciones acerca de la calidad ética del libro, y al día siguiente en el aeropuerto logré comprar el libro.
Tenía miedo. A mi jefe Oscar le encanta decir que hay gente que “tiene cultura de aeropuerto”, porque sólo han leído los libros que venden allí… y efectivamente, muchas veces paso viendo los titulares de los libros que ofrecen en el aeropuerto, y son –muchas veces- puros libros “Best-Sellers” pero con una calidad literaria y/o moral de baja estopa. En fin, me corrí el riesgo de hacerle caso a mi amigo Gonzalo –el exagerado- y a mi consulta de la calidad del libro y lo compré.
Sigo pensando que Gonzalo exageró. Pero no tanto. Realmente el autor te mete en el mundo que describe. Me acuso de haber padecido una ignorancia crasa o supina al respecto de la historia de la Roma republicana, de las guerras púnicas, de Aníbal, del “Verrucoso” (Quinto Fabio Máximo), de Catón el Viejo, del Asiático, de Cartago, de Antíoco. Y por supuesto, padecía total ignorancia de Publio Cornelio Escipión el Africano, personaje central de ese libro que me recomendó Gonzalo, y de otros dos que completan la trilogía que ha escrito un profesor de Literatura de la Universidad Jaume I de Castellón (cerca de Valencia, por lo que sé). (Hago otro paréntesis. He recordado que el Africano es mencionado un par de veces en la película Gladiador; cuando el emperador Comodo quiere matar al General Máximus en el circo, decide reproducir la batalla entre el Africano y Aníbal. Máximus hace de Aníbal en aquel juego, que al final acaba ganando. De hecho Comodo pregunta al final: ¿Oye, pero el Africano gano, verdad?)
Pues a los pocos días compré el segundo tomo –Las legiones malditas- y pocos días después el tercer tomo –La traición de Roma-. Sólo los he podido leer una vez, aunque me gustaría volver a darles otra lectura, para encontrar muchas cosas más de la historia. Supongo que a los lectores consuetudinarios les ha de pasar lo mismo; a la muerte de Escipión y Aníbal te sientes que has perdido a un “amigo”. Aparte de unas escenas subidas de tono, los tres libros me encantaron –son novelas históricas, no historia- y me adentraron en el mundo de la Roma republicana, unos 250 años antes de Cristo.
Poco tiempo después apareció publicado el primer tomo de la trilogía que Posteguillo dedica a Trajano. Este tomo, titulado “Los asesinos del emperador” te introduce en la Roma imperial de inicios de la era cristiana. En este libro todo empieza con Nerón y termina con Trajano recién coronado emperador (bueno, realmente no lo han coronado todavía, porque no ha llegado a Roma; pero supongo que el inicio del próximo libro es la coronación; dicho sea de paso, en la página de Posteguillo se anuncia que estará para otoño). Este libro me gustó más que el de Escipión y espero con mucha ilusión los otros dos tomos.
Por último, este año pude comprar otro libro de Santiago. Tiene un título sugerente y una portada de primer nivel (para mi gusto). Se llama “La noche en que Frankenstein leyó el Quijote”. Por supuesto que en la portada del libro se ve al monstruo de Frankenstein leyendo tranquilamente el Quijote en una mecedora. Es un libro totalmente distinto, que recoge unos artículos que Santiago fue publicando en periódicos. Pero la verdad, vale la pena leerlo.