Hoy celebramos el antiguamente llamado Sábado de Gloria. Cuando pequeño, -cipote, patojo, chamaco, chavo, chamo, pive o como sea- casi siempre lo pasé en El Cuco, una playa del oriente salvadoreño. (Con una tía muy querida llegamos a la conclusión que no era una de las mejores playas salvadoreñas… sino que es la mejor playa salvadoreña). Pues casi siempre, decía, amanecía allí los sábados de gloria. Y como era bien chiquito, mi papá siempre me decía que existía la costumbre de pegarle a los niños pequeños para que crecieran. No recuerdo que me pegaran, pero siempre estaba eso en el ambiente. Creo que la intención de pegarme de mi papá contribuyó a que creciera a una altura un poco más alta que la media. (Y esto último lo digo con fundamento, porque tengo la estatura de 2174 profesionales -o profesionistas- jóvenes de México y el promedio es 1.77, y yo mido 1.79, así que estoy por encima de la media….).
La verdad no sé de dónde venía esa costumbre de pegarle a los niños, pero hace unos días alguien la volvió a mencionar, recordando que pronto celebraríamos el Sábado de Gloria. Bueno, pues la verdad es que la frase anterior no es correcta por dos razones. Primera, porque ya no se llama sábado de gloria, sino sábado santo; la segunda razón es que no se celebra el sábado Santo. Es el único día que es técnicamente “alitúrgico”, es decir, la Iglesia no celebra ni Misa ni nada del sábado santo.
Eso sí, por la noche, una vez que ha caído la luz solar se celebra la Vigilia Pascual. Es la madre de todas las vigilias. En México, el significado de la palabra vigilia es equivalente al de abstinencia, precisamente porque antiguamente, en las vigilias se hacía penitencia de ayuno y abstinencia, o por lo menos, de abstinencia. Y así que, actualmente, muchas veces se dice que hoy es “vigilia”, es decir, “hoy no hay que comer carne, es abstinencia”. Pero la palabra vigilia tiene otro significado, en la Iglesia: la vigilia es la víspera de una festividad religiosa. Y hoy, sábado santo, es la Vigilia por antonomasia, “la madre de todas las vigilias” como dice también la liturgia.
Hoy la Iglesia se atreve a decir una cosa que es muy atrevida. Me parece que el primero que la dijo fue San Agustín, y si éste gran Padre de la Iglesia lo dice, entonces la Iglesia se animó a ponerlo en la liturgia. “Oh Félix Culpa”, “Oh, culpa feliz, que mereció tan gran Redentor”. Durante el pregón pascual, se intercala esta expresión de admiración; hablando del pecado original originante (el de Adán y Eva, o mejor, de Eva y Adán, porque en ese orden pecaron), se dice: “Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!”. Debido al pecado nos pasó lo más maravilloso que pudiera pasar: el Hijo, el Verbo, la Palabra tomó carne, se hizo uno de nosotros, menos en el pecado. Y nació de Mujer (qué mujer más grande), nació bajo la Ley, para redimirnos, dando su vida en la Cruz. Y eso que conmemoramos ayer, ahora se completa con la Resurrección, fundamento de nuestra fe, porque si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe y vana nuestra esperanza. Y después de ese pecado, Dios promete a Adán y Eva que vendrá un Salvador. Y eso se ha cumplido hace 2000 años (es redondeado, por supuesto).
En la madre de todas las vigilias, la Iglesia presenta una liturgia única. Empieza con un breve lucernario en el que se enciende un cirio con un fuego recién bendecido; este cirio permanecerá en la iglesia durante la cincuentena pascual. Luego viene el pregón pascual. Un pregón es un acto de promulgación en voz alta de un asunto de interés para el público, y particularmente, el acto con el que se inicia una celebración. Es precioso… lo copio al final por si lo quieres leer.
Después empieza la liturgia de la palabra. Se ofrecen siete lecturas con su respectivo salmo y una oración al final de ambos; todas del Antiguo Testamento. Al terminar estas, se procede a decir el Gloria y la oración colecta. Después sigue la Epístola (del Nuevo Testamento) y luego de un aleluya totalmente solemne, viene el Evangelio. Después de esto viene la liturgia bautismal, y por último termina con la liturgia eucarística.
Sé que esto aparecerá en el blog tarde hoy. Pero quizá tienes tiempo de ir a la vigilia. Si no, te invito a que el próximo año sí asistas… Felices Pascuas de Resurrección.
“Alégrense, por fin, los coros de los ángeles, alégrense las jerarquías del cielo y, por la victoria de rey tan poderoso, que las trompetas anuncien la salvación.
Goce también la tierra, inundada de tanta claridad, y que, radiante con el fulgor del rey eterno, se sienta libre de la tiniebla que cubría el orbe entero.
Alégrese también nuestra madre la Iglesia, revestida de luz tan brillante; resuene este templo con las aclamaciones del pueblo.
(Por eso, queridos hermanos, que asisten a la admirable claridad de esta luz santa, invoquen conmigo la misericordia de” “Dios omnipotente, para que aquel que, sin mérito mío, me agregó al número de los diáconos, complete mi alabanza a este cirio, infundiendo el resplandor de su luz.) (V. El Señor esté con ustedes.
R/. Y con tu espíritu).
V. Levantemos el corazón.
R/. Lo tenemos levantado hacia el Señor.
V. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
R/. Es justo y necesario.
En verdad es justo y necesario aclamar con nuestras voces, y con todo el afecto del corazón, a Dios invisible, el Padre todopoderoso, y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo.
Porque Él ha pagado por nosotros al eterno Padre la deuda de Adán y ha borrado con su sangre inmaculada la condena del antiguo pecado. Porque éstas son las fiestas de Pascua, en las que se inmola el verdadero Cordero, cuya Sangre consagra las puertas de los fieles.
Ésta es la noche en que sacaste de Egipto a los israelitas, nuestros padres, y los hiciste pasar a pie el Mar Rojo.
Ésta es la noche en que la columna de fuego esclareció las tinieblas del pecado.
Ésta es la noche que a todos los que creen en Cristo, por toda la tierra, los arranca de los vicios del mundo y de la obscuridad del pecado, los restituye a la gracia y los agrega a los santos.
Esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso al abismo. ¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados? ¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo entregaste al Hijo!
Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!
¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó del abismo. Ésta es la noche de la que estaba escrito: “Será la noche clara como el día, la noche iluminada por mi gozo”.
Y así, esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos.
En esta noche de gracia, acepta, Padre santo, el sacrificio vespertino de alabanza, que la santa Iglesia te ofrece en la solemne ofrenda de este cirio, obra de las abejas.
Sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego, que arde en llama viva para la gloria de Dios. Y aunque distribuye su luz, no mengua al repartirla, porque se alimenta de cera fundida que elaboró la abeja fecunda para hacer esta lámpara preciosa.
“Qué noche tan dichosa, en que se unen el cielo con la tierra, lo humano con lo divino!
Te rogamos, Señor, que este cirio consagrado a tu nombre para destruir la oscuridad de esta noche, arda sin apagarse y, aceptado como perfume, se asocie a las lumbreras del cielo. Que el lucero matinal lo encuentre ardiendo, ese lucero que no conoce ocaso, Jesucristo, tu Hijo, que volviendo del abismo, brilla sereno para el linaje humano, y vive y reina por los siglos de los siglos. R/. Amén.”