Re-Inspirado



Tenía intenciones de escribir algo esta semana. Algo más formal, pero al final no ha podido ser. Quizá se debió a que no me había inspirado. 

No sé si a todos sucederá, pero en ocasiones a mí me pasa. Sé que tengo algo que hacer, pero no termino de hacerlo. A veces me excuso con la falta de inspiración. Quizá sea algo de exceso de pereza. Pudiera ser, y uno siempre anda buscando excusas.

Pero a veces me pasa también cuando tengo que hacer un trabajo que requiere de mí mucho tiempo, inspiración, algo de creatividad. Por ejemplo, me pasa cuando tengo que escribir algo. Me pasa mucho cuando tengo que escribir un caso, del cual ya tengo todos los datos para hacerlo; es decir, que lo único que me falta es sentarme a escribir. Y no termino de sentarme a escribir. Como que hay algo en mi cabeza que me dice: «no escribás todavía, esperate un rato en lo que te inspirás más» o algo así. Al fin de cuentas, termino poniendo algunas palabras, y comienza a fluir. Es lo que me ha pasado aquí. Había prometido escribir esta semana, y no lo hice. 

Es verdad que tuve que preparar una clase-sesión nueva, que daré mañana en el DF, con los nuevos grupos de las Maestrías para Ejecutivos.  Ese caso fue muy inspirador para mí, porque es sobre un tema que estudié hace muchos años y que ahora vuelvo a tomar con la novedad del software. A ver qué tal sale. Por de pronto la gocé preparando el caso, haciendo mi excel (qué maravilloso software!!!) y preparándome para mañana.

Dicho sea de paso, mañana es uno de esos días poco frecuentes. Me toda dar tres clases (sesiones) con tres grupos distintos. Una inmediatamente después de la otra (sólo los 15 minutos de receso entre una y otra). Los grupos son tres distintos, como digo, pero es la misma generación de Master Ejecutivo. Lo interesante es que me toca dar a cada grupo temas distintos. Los calendarios de cada grupo están desfasados y así me toca con el grupo C el caso nuevo (son los que van más avanzados), con el grupo A el caso que di la semana pasada en el C; y con el grupo B el segundo caso del curso (son los más atrasados en la programación). Este grupo B tiene la peculiaridad de que allí tengo a mi equipo de nuevos preceptuados, a quienes recién los acabo de conocer. En la única clase que les he dado, se portaron bien, así que espero que lo sigan haciendo. Todas estas clases son de Análisis de Decisiones, con el curso de Herramientas Cuantitativas para la Dirección.

También tengo otra excusa sobre el por qué no escribí. Y es que me tocó escribir un caso para este mismo curso. Ya tenía toda la información, pero faltaba ese momento de inspiración. Pienso que se me terminó la inspiración al acabar mi examen final que entregué hace una semana.

Pero creo que me está volviendo la inspiración. De hecho, pensé en escribir el artículo que he planeado para hoy, haciendo una breve introducción, y ésta me ha quedado tan larga, que mejor tendré que separar lo que pensaba escribir en dos artículos: este y el que espero escribir más tarde.

También se aplica aquello que dicen que dijo Alba Edison: «1% de inspiración y 99% de transpiración». Quizá los porcentajes pueden variar, pero para conseguir algo se requiere mucho trabajo, mucho esfuerzo. Incluso, esfuerzo sembrado muchos años antes. Para esto los agricultores tienen mucha experiencia. 

Y ahora recuerdo una anécdota de mi niñez. La casa mi familia estaba ubicada en la 71 Avenida Norte en San Salvador. Cuando mis papás se casaron, mi abuelo Herman (nacido en Basilea, Suiza) les regaló el terreno. Allí empezaron a construir la casa, que fue creciendo a medida que crecía la familia. Cuando yo nací caí desordenadamente, pues habían 3 hombres, 3 mujeres y luego yo. Así que rompí el equilibrio que se daba. Tuvieron que volver a ampliar, porque yo ya no cabía en el cuarto de mis hermanos. La cosa es que como buenos niños de la época, pasábamos en la calle. Al final de la misma, había un terreno baldío, donde de vez en cuando jugábamos. Pronto empezó la construcción, y al rato, apareció una familia, de la que jamás me imaginé guardaría tantos y tan gratos recuerdos y que influirían tanto en mi vida. Así que a través de las bicicletas de la 71 avenida norte, me encontré con mis amigos José Felipe y Juan José; más que amigos, otros hermanos, y de mi edad. Vivimos muchas aventuras juntos, hasta que los años nos separaron. 

Mis vecinos Viaud -así se apellidan ellos- venía de vivir en una finca de café cercana a San Salvador. Cuando sus papás se habían casado, se fueron a vivir a la finca que tenían en una carretera famosa en San Salvador, que se llama «Camino a Los Planes de Renderos»; una carretera que sube hacia ese lugar, donde, en el lenguaje de El Salvador «hace frío; es bien helado allá arriba». Pues allí se fue Don Felipe y la Niña Ana a vivir; allí nacieron mis «hermanos» José Felipe y Juan José, y desde allí se trasladaron a vivir a tres casas de la mía. Pues al poco de conocernos, un día me invitaron a la finca. Todavía recuerdo como Juanjo me decía que había muchos cafetales (no conocía este arbusto maravilloso), que había grandes subidas y bajadas, y que era muy resbaladizo el lugar, que hasta su papá a veces se deslizaba y caía. Yo, con mi imaginación de niño, ponía eso en el lugar de la finca de mi familia, donde había como dos o tres bajadas fuertes en las que a veces nos deslizábamos y caíamos. Pero por supuesto que el lugar de la finca de café era absolutamente distinto a nuestra finca de ganado. Regreso al hilo principal. La cosa es que el día esperado llegó y nos fuimos a pasar el día a la finca. Como sólo íbamos por el día pienso que no fue la Niña Ana, sino sólo don Felipe. Para preparar la comida y ayudar a cuidarnos iba la Goyita, la Nana de mis «hermanos» y que había sido la Nana de su mamá (que por cierto, a quien quise mucho). No nos habrá acompañado tampoco la «Iña» (Virginia) que era la cocinera de mis vecinos, y que cocinaba de película. La cosa es que la llegada a la finca fue un descubrimiento. Un lugar fresco, con una brisa delicada, con los cafetos con sus granos de color rojo oscuro, y los naranjos que había rodeando a los cafetos; quizá lo que más me llamó la atención fue el olor. Un olor desconocido por mí hasta ese momento. Quizá una mezcla del olor del café y del naranjo, de la humedad que se guarda en esas plantaciones: un olor muy agradable. Conocía la casa, y luego nos fuimos a caminar por aquellas montañas y barrancos, lugares preciosos. Nunca me he llegado a enterar del tamaño de la finca, y a efectos prácticos no interesa. Esa fue la primera de muchas visitas a ese lugar. Como queda muy cerca de San Salvador, íbamos con mucha frecuencia, incluso un par de  horas por la tarde a la entrega del corte de café y a pagar, llevar cosas, etc. Alguna vez nos quedábamos a dormir allí -con frío-, pero casi siempre regresábamos a San Salvador.

Todo esto introduce lo que decía tres párrafos atrás. Un día me contó Juanjo que su papá, antes de casarse, y recién casado, se levantaba todas las mañanas muy temprano -tipo 4 am, si mal no recuerdo- e iba a recorrer la finca, principalmente a sembrar las matas de café. Es decir, que el café que yo conocí en esa finca, había sido sembrado por Don Felipe a lo largo de muchos años, con mucho esfuerzo y dedicación, para -años después- recoger el fruto de esa siembra. (Don Felipe regresaba a desayunar a su casa, y luego se iba a San Salvador a su trabajo diario; lo del café era un trabajo «extra» para él).

Cuando empecé a escribir esto no había pensado en contar esta anécdota. Pero como decía mi profesor «al ser humano, una vez que ha elegido hacer algo, le aparecen nuevas alternativas»; él decía que aparecen «alternativas emergentes», y es lo que me ha pasado aquí.

Mientras escribía lo de la inspiración y transpiración de Edison, pensé en cuántas cosas que «nosotros nos hemos cultivado en nosotros mismos» que dan su fruto mucho tiempo después, y prácticamente sin proponérnoslo. Pienso por ejemplo en todos los libros que he leído (me hubiera gustado leer muchos más…) y cómo ellos han influido en lo que ahora escribo. O las cosas que he estudiado y vivido, en cómo influyen a la hora de expresar las ideas. Y eso es lo de los agricultores. Y eso es lo hizo Don Felipe con su finca sembrando café.

Y también es pensar en largo plazo. A veces nos quedamos sólo con el corto plazo, en las cosas que sirven para ya, que son útiles para hoy o para un pronto después. Y nos olvidamos de sembrar para largo plazo, para que «la sombra de los árboles que ahora planto la puedan disfrutar mis hijos» como dijo una vez San Josemaría Escrivá (además, era literal, pues estaban plantando árboles cuya sombra él nunca pudo gozar, porque murió cuando todavía eran pequeños esos árboles).

En fin, este es un post no planeado. Y ya se me alargó mucho. No quiero dejar de escribir lo que he pensado desde hace muchos años con relación al día de hoy. En 1931, en una fecha como hoy nació mi mamá, en una ciudad llamada San Miguel de la Frontera (fundada en 1530), en la pequeña y valiente República de El Salvador. Hija de don Herman Schlageter -ya mencionado aquí hoy- y la Niña Josefina Charlaix de Schlageter. Mi mamá, la Niña Margoth, es madre de 8 hijos (4 y 4 para equilibrar), abuela de 20 nietos, y -hasta ahora- de 4 bisnietos. Vivió en feliz matrimonio con Don Rolando desde el 28 de noviembre de 1953 hasta el 9 de junio de 2009 cuando se nos fue al cielo mi papá. Es hermana de dos hermanos, Herman (conocido como Manchi) y Carlos. A quien debo tanto. Felicidades Mamá.

Pero también la liturgia de la Iglesia celebra hoy la Natividad de la Virgen María. Es decir, el cumpleaños de María Santísima, Virgen y Madre. Madre del Creador, del Redentor, a quien tanto quiero, y a quien aprendí a querer desde niño a través de la enseñanza de mi papás y hermanos, y luego en mi colegio con los Hermanos Maristas de la Enseñanza. 

Así pues, hoy cumplen años mis dos mamás: la de la tierra y la del cielo. Para ellas todo mi cariño.

Nos vemos pronto.