Sigo tratando de poner en mis palabras las cosas que he ido leyendo de Jaime Nubiola en su libro El Taller de la Filosofía. En mi anterior post de este blog, titulado como este, pero con el número I (Es de las pocas cosas para los que se usan los números romanos). Estaba comentando algunas ideas del primer capítulo, que se titula “El horizonte de la vida intelectual”. Terminaba el post anterior mencionando la necesidad de rectificar, de dar marcha atrás, que era y es muy útil para la maduración de la vida intelectual. La siguiente cosa que se plantea Jaime es ¿cómo hacer crecer más la vida intelectual? Ayer mencionaba que con la conversación, la lectura, el cine pero principalmente con el trabajo sobre uno mismo.
El conocimiento de uno mismo siempre es liberador; desde antiguo los griegos vieron la necesidad de esto; estaba puesto, grabado en el templo de Apolo de Delfos: γνῶθι σεαυτόν, que en letras latinas se podría decir como gnóthi seautón. La maduración personal, dice Jaime, es el camino real de la ganancia de uno mismo, del señorío sobre las pasiones y sobre la propia debilidad personal. Cita a Baruch Spinoza “un afecto, que es una pasión, deja de ser pasión tan pronto como nos formamos de él una idea clara y distinta”. El conocimiento aclara las pasiones tornándolas en afectos, pero además es camino de la ganancia en el cariño de los demás, del desarrollo de la capacidad de escuchar y de comprender las razones que mueve a las otras personas. Y con eso llegamos a la maravilla de que el reconocimiento personal de mis limitaciones personales se torna así en la mejor forma de comenzar a superar los condicionamientos propios y a comprender y convivir con las limitaciones de los demás.
“Esto de hacerse uno señor de sí, no se sabe qué cosa es hasta que se consigue”; esta frase de Francisca Javiera del Valle en su famoso libro Decenario al Espíritu Santo añade un plus a lo dicho anteriormente. Del Valle está en un ámbito sobrenatural, muy por encima del mero pensar filosófico; así que para el creyente, la ayuda de Dios, de la gracia de Dios también es un gran medio –un medio superlativo- para el conocimiento de sí mismo y para el desarrollo de la vida intelectual.
Este crecimiento se da tanto en hombres como en mujeres, indistintamente. Bueno, y también pasa que no se da ese crecimiento, esta maduración intelectual y volitiva. En la Sagrada Escritura hay una frase que a San Josemaría le encantaba: Super senes intelexi quia mandata tua quaesivi, sé más que los ancianos porque cumplo los mandamientos.
Transcribo una frase de Alejandro Llano que Nubiola pone en su libro. Casi dejo de leer el libro en esa frase… ya verás por qué… “La interna energía vital que supera siempre lo ya conocido o tenido para adentrarse en zonas que no están sometidas a las presiones de la necesidad, sino que constituyen una expresión de nuestra libertad creadora. Para lograr esa fuerza innovadora es preciso que la persona se interne en sí misma y no se derrame casi entera en el seguimiento de sus pulsiones inmediatas”. Como no la entendí ni a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera, decidí copiarla, para ver si así la entendía,…., y creo que sigo sin entenderla, pero suena muy bonita.
Esas pulsiones que dice Llano son distintas en cada uno de nosotros. Para cada quien son un proceso de concentración en lo esencial y radical en el que tiene una vital importancia lograr una buena articulación de la dimensión afectiva y racional. A esta dimensión afectiva llama Jaime “corazón” como tradicionalmente se le llama desde antiguo. Es ese lugar donde la persona se adentra, a esa articulación de afecto sensible y racionalidad. El corazón no es sólo el lugar de la decisión y el lugar de la verdad, sino que además, es el único órgano capaz de comenzar a latir, de ponerse en marcha. Por eso, el proceso de crecimiento personal, de maduración en la vida intelectual, es como un ensanchamiento o dilatación del corazón. El corazón es entonces una síntesis de inteligencia y voluntad, que da unidad y sentido al propio pensar, que se pone al servicio de lo más importante: “el vivir de acuerdo con la verdad”, una de las cosas más difíciles que hay: cómo ser coherente entre nuestra actuación y nuestro pensamiento. Se dice que si no actúas como piensas, acabas pensando como actúas. En definitiva, cada uno es como quiere ser. Y esto nos lleva de la mano a la frase del gran filósofo francés del siglo XX “la vida intelectual es intelectual porque es conocimiento, pero es vida porque es amor”.
Aquí Jaime hace una reflexión honda. Una de las formas de llegar a la madurez es el crecimiento en hondura, creatividad y transparencia que se logra mediante el esfuerzo por expresar por escrito la reflexión sobre la propia vida. Cita a Rhees “quien no desee descender adentro de sí mismo, porque esto le resulte demasiado penoso, permanecerá superficial en la escritura”. Dicho en otras palabras lo que escribimos ha de tener una gran dosis nuestra, ir al fondo de lo que hemos asimilado, a interpretar o reinterpretar los sucesos que nos han pasado. Por eso, un joven podrá escribir bien, pero quizá superficial; la profundidad la dan los años y este proceso de reflexión.
Personalmente me ha servido tener este blog para tratar de profundizar en mí mismo y tratar de sacar agua de mi pozo. A veces se usa una metáfora; que realmente tiene origen en otro ámbito, pero creo que puede aplicarse aquí. Cuando su pozo está seco, hay que llevar el agua a cántaros, con esfuerzo, y desde allí volver a sacarla; llegará el momento que de aquel pozo brotarán ideas geniales, asumidas plenamente por esa maduración intelectual, esa vida del corazón que crecerá a medida que sigamos llevando agua, porque no podremos dejar de recibir esa agua.
Termino aquí por “longitud o longanismo” de este post (esta es una referencia a Les Louthier, de quienes espero algún día escribir algo por su influencia que he tenido de ellos). Espero seguir con un tercer post sobre esta primera parte del capítulo I.
Aprovecho para pedir disculpas si tienen errores estos post. Errores de cualquier tipo: de mecanografía (serían los más disculpables), de redacción (no tan disculpables) o intelectuales (que sería necesario pedir disculpas y rectificar). No he podido revisar lo que he escrito; espero hacerlo el fin de semana por si hace falta rectificar, porque como hemos leído, es pertinente rectificar.